Adolf Hitler lo volvía loco la idea de ser asesinado. Cuando la Segunda Guerra Mundial comenzó a acercarse a su fin, el líder incremento su obsesión, a tal punto que decidió tomar riendas en el asunto y proteger su integridad por todos los frentes. Para evitar ser envenenado, obligó a 15 mujeres a probar cada una de sus comidas, de modo que pudieran corroborar que no estuvieran contaminadas.
Tras iniciarse la invasión rusa a Berlín, Hitler se instaló en un sitio conocido como “La guarida del lobo”, en Polonia, e inmediatamente envió a sus asistentes a reclutar jóvenes en las poblaciones vecinas para que estas fueran sus catadoras personales de comida. Claro está que nadie tuvo la opción de negarse a semejante pedido.
Margot Woelk, una mujer de 95 años que jamás apoyó al régimen nazi, contó el sufrimiento al que ella y sus compañeras se vieron expuestas. Las mujeres vivían en las instalaciones y en cada comida, una hora antes de que Hitler se sentara a comer, debían probar todos los platos para comprobar el buen estado de las mismas. Si en una hora ninguna de ellas moría, el plato estaba autorizado a servirse.
De acuerdo al testimonio de Margot, las mujeres no sólo debieron sufrir el tormento de saber que en cualquier momento podían morir, sino que también debieron soportar la crueldad de los rusos, quienes fusilaron a las mujeres por considerarlas cómplices de Hitler. Margot fue la única sobreviviente, ya que un teniente consiguió avisarle que los rusos estaban cerca y pudo escapar. A pesar de haber sido violada y de haber quedado estéril por el abuso, pudo reencontrarse con su marido, quien había sobrevivido a la prisión.
Fuente: http://mx.tuhistory.com/
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